¿Xenofobia? ¿eso todavía sucede?
En cuestiones de odio creo que el mundo no deja de sorprendernos, cada día encontramos formas nuevas de odiar y de ser odiados, cada día es un reto el de mantener relaciones sanas y muchas veces no entendemos el por qué de las cosas que suceden.
Casi dos años han transcurrido desde que salí de mi país buscando horizontes frescos y nuevos amaneceres que bañaran los días de sentimientos diferentes, quizá un poco soñador de mi parte el llegar a un sitio nuevo y que la gente llegase a conocerme por lo que soy y no por lo que represento. Si me miran por mi pasaporte entiendo que vengo cargada de prejuicios, que en mi cara se dibujan mil y un imágenes relacionadas a la actualidad de mi país y por consiguiente a la heterogénea comunidad de emigrantes venezolanos en el mundo, haciendo hincapié en lo heterogénea empiezas entonces a relacionarte con este nuevo entorno en el que te sumerges. Venezolana de 20 años, ¿qué tipo de relaciones podrá tener? se pregunta la mayoría.
Principalmente mi circulo universitario no ha generado conflictividad, me he sentido una más, de hecho han hecho lo imposible por hacerme sentir en casa y por eso estaré eternamente agradecida, en lineas generales eso significaba el 90% de mis interacciones con lo nuevo, con la colombianidad y con mi nueva vida, era una inmersión agradable, satisfactoria y en general muy querida (por utilizar un término local) debo decir que el año pasado y lo que va de este se ha visto rodeado de mucho cariño por mi comunidad estudiantil. Sin embargo me parece importante acotar que me he mudado cerca de 6 o 7 veces en el mismo periodo de tiempo... no porque no me sintiera a gusto, mi primera residencia (con sus cosas buenas y sus cosas mejorables) hacían que me sintiera en casa, con una mamá casi y con compañeros que hacían de la llegada algo más acogedor por el simple hecho de tener bulla en la casa, en ese sentido me sentía bien, altos y bajos, la siguiente mudanza fue con una compatriota con la que estuve un par de meses y que me ayudó a volver un poco a lo que era, a comer arepas de nuevo y a sentirme otra vez perteneciente a aquello que de aluna manera había dejado enterrarse profundo dentro de mi, las siguientes mudanzas vinieron acompañadas de la soledad por muy contradictorio que eso suene y trajeron consigo el crecimiento de muchas cosas dentro que hoy en día florecen con responsabilidades.
La última mudanza trajo a mi hermano, a mi madre y a la enana, mi hermana menor, como compañía por un tiempo, todo sentía que iba viento en popa hacia la construcción propia de cierta vida como adulta (si se le puede considerar adulto a una persona de 20 años, todavía lo tengo en duda) sin embargo esta mudanza trajo algo consigo que solo había conocido por roce, lo había conocido por repele o en episodios muy cortos y de poca importancia.
La primera vez creo que fue desdén de una persona que me atendió en un local y al escuchar mi forma de hablar me trató con desdén, lo mismo con un taxista (aguante Uber) que por escucharme creyó que podía darme vueltas por toda la ciudad y cobrarme lo que se le diera la gana, e inclusive por aquel que conocí en algún bar y se atrevió a hablarme de la prostitución de venezolanas en la costa y realmente hoy no entiendo el fin, por no pensar mal de la gente.
Poco a poco esos episodios fugaces me llevaron a mimetizarme con mi ambiente, se me fue sumando el acento colombiano, aprendí a ubicarme en la ciudad y a no hacer comentarios ni aceptarlos políticamente sobre la situación de mi país, poco a poco me fui encerrando en mi burbuja colombiana de mi día a día.
Hasta que hace un par de semanas empecé a enfrentarme con algo de lo que no podía esconderme, un odio sin explicación rayando en acoso en el lugar en el que vivo. Me mudé los primeros días de julio y mientras me quedé aquí una vecina empezó a ponerme problemas por pequeñeces, primero por una fiesta (un viernes en la noche, que todavía no entiendo el acoso si vive en el tercer piso y yo en planta baja) y luego de eso pequeñas molestias con cada oportunidad que tenía, llegó inclusive a partir llaves dentro de mi cerradura como para que yo no pudiera entrar a mi apartamento, cosa que rayó el lo absurdo. Había pasado ya un tiempo tranquila sin episodios cuando hace un par de semanas tuve que botar un inmobiliario grande y realmente desconocía el manejo de basuras y por esto no se lo llevaron, luego de esto publicaron una carta humillante en el edificio haciendo alusión a la dignidad de los que vivimos en el, como si eso debía ponerse en duda por un evento aislado del cual me había hecho cargo, sin embargo lo dejamos pasar, hice lo debido, corté el inmobiliario y dentro de bolsas negras lo deseché como era debido y curiosamente no se lo llevaron y las bolsas amanecieron rotas, a lo que esta señora llegó a mi apartamento muy temprano en la mañana a gritarme y a mi madre y tratándonos de "simples inquilinos" mejor hablar con el dueño del apartamento y un sinfín de cosas peyorativas para con nosotras, nunca había experimentado el odio por ser yo, el odio simple y puro, creo que es algo que me acompañará por el resto de mi vida.
Recordé varias veces a mi abuelita ese día cuando nos contaba de la manera en la que le trataban por ser colombiana en Venezuela hace 40 años, creía exageraciones y casi fantásticos sus cuentos hasta que lo viví en carne propia.
En fin, me hizo falta reflexionar y conseguir un nuevo apartamento.
¿Somos enseñados a odiar o simplemente forma parte de la condición humana?
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